CUARENTA
La vida pasaba inexorablemente, con cuarenta primaveras tatuadas en mi piel la rutina comenzaba a darme zarpazos cada vez más sangrantes. Sumida en un matrimonio agotado y consciente de que los mejores años amenazaban con marcharse me armé de valor para darle la vuelta a todo.
Aquella tarde llegué pronto del trabajo, los niños se quedaban a dormir con sus abuelos y la providencia me sonreía para iniciar mi plan. Llamé a mi marido para pedirle que no se entretuviera, tenía algo que contarle. No podía ahogar más aquellas ganas de sentirme viva.
Me vestí con una falda ajustada, extremadamente corta, que dejaba poco a la imaginación, un top escotado y vertiginosos zapatos de tacón. Un maquillaje agresivo, que resaltaba aquellos ojos de gata verdes y profundos. Descorché una botella de vino, me senté en el sofá del salón con las piernas cruzadas y esperé a que se abriera la puerta.
No tardó ni cinco minutos en llegar y darse de bruces con la insólita escena. Me miró con los ojos a punto de salirse de las órbitas, y su expresión cambió drásticamente.
– ¿He olvidado una fecha importante?- Dijo al tiempo que tiraba su abrigo sobre una de las sillas del comedor.
– No, siéntate, tenemos que hablar.
Me miró como un felino antes de devorar a su presa, relamiéndose en silencio.
– Cuéntame cariño – Respondió sin dejar de recorrer ni un instante cada centímetro de mi anatomía. Tranquilamente se sirvió una copa de vino y me miró desafiante invitándome a continuar con mis palabras.
– Creo que es hora de cambiar, necesito más intensidad en nuestras vidas, quiero…
Se acercó despacio, con cautela, se acomodó con cierta parsimonia sentándose a mi lado y apartándome un mechón de la cara me susurró al oído…
– Ese cuerpo necesita ser adorado…, mírate, eres perfecta…
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Le conocía desde que éramos casi unos niños, pensé que tendría que explicarle como me sentía y comprender su reacción ante mis nuevas inquietudes, pero como siempre, consiguió sorprenderme.
– Entiendo que quieres que tengamos sexo con otras personas… ¿No es así?
Casi no podía articular palabra, pero conseguí asentir con la cabeza en señal de afirmación.
Se duchó rápido y se vistió con un toque de elegancia arrogante. Le esperé mientras me retocaba frente al espejo. Me cogió por la cintura por detrás y besándome en el cuello hizo que mirara la imagen que proyectábamos.
– Míranos, no creo que nos resulte muy difícil hacer nuestras fantasías realidad… ¿No crees?
Y tenía razón, a pesar de nuestra edad éramos dos personas tremendamente atractivas.
Me dio la mano y salimos de casa dando un portazo como dos niños que van a cometer una fechoría. Cómplices de una nueva aventura por explorar. Le miré esperando instrucciones, pero ni una sola palabra escapó de su boca. Entré al coche preguntándome cual sería nuestro destino.
–¿Te apetece ver una película que acaban de estrenar? –Preguntó mientras aparcaba cerca del cine.
–Claro cariño– Respondí mientras me perdía en su intensa mirada.
Llegamos entre risas y juegos azucarados hasta la taquilla. En aquel instante todo era posible, las cartas estaban sobre la mesa.
En la fila, un joven de no más de veinte años, intentaba desnudarme con la mirada. Me giré disimuladamente, pero mi marido ya había entendido la situación. No había nada que explicar. Se separó con disimulo, y se alejó de la escena. Era mi zona de caza y él solamente podía mirar.
Me acerqué sibilina, como una leona a punto de atacar a su presa y casi rozándole le pedí que me diera la hora. Le pregunté por los aseos mientras una suave caricia furtiva le invitaba a acompañarme.
Entré primero, esperándole, retocando mi maquillaje frente al espejo. La puerta se abrió despacio y nuestras miradas se fundieron en un auténtico torbellino abrasador. No mediamos palabra. En unos segundos estábamos besándonos tan apasionadamente que casi dolía. Su olor intenso y aterciopelado lo inundó todo.
Apoyada en el lavabo sentí como separaba mis piernas y subía aquella falda extremadamente corta.
Agarró mi melena con una mano, haciendo que arqueara ligeramente la espalda y me penetró con rabia. Sus embestidas eran intensas, salvajes y profundas. Gemidos ahogados resbalaban por mi garganta. Siguió entrando y saliendo cada vez más rápido, haciéndome estremecer.
Sus manos grandes y suaves sujetaban mis caderas con determinación.
Abrí más las piernas, para sentirle más profundo. Sintió como me movía y reaccionó con ímpetu, supo que estaba a punto de alcanzar el clímax. Fue variando la intensidad, jugando con el ritmo, hasta que notó como estallaba de placer. Me retorcí mientras intentaba no caerme. Continuó con una fuerza abrumadora hasta llegar al límite y explotar en mi interior.
Agotado, se desplomó sobre mi espalda jadeando entrecortadamente.
Nos reímos al unísono, mirando la perversa escena en el espejo.
Recolocamos la ropa, intentando simular que todo aquello no había sucedido.
El aroma que desprendíamos era un olor característico, el perfume de la pasión. Nos miramos con lujuria y nos despedimos con un beso interminable.
Salió del aseo despidiéndose con la mano mientras una risa nerviosa se escapaba entre mis labios.
Volví a verme en el espejo disfrutando de aquella nueva mirada teñida de vida.
De repente un sonido hizo que me girara con brusquedad, una de las portezuelas donde estaban los inodoros comenzó a abrirse despacio y comprendí que no habíamos estado solos. El corazón intentaba escapar del pecho, las pulsaciones comenzaron a dispararse cuando vi que aquel testigo mudo era mi marido.
Caí de rodillas ante él, lo desnudé mientras me relamía como una gata y comencé a pasar mi lengua húmeda y caliente por su miembro. Cogió mi cabeza con fuerza para que no pudiera apartarme de allí.
Sus gemidos inundaron la pequeña estancia y continuamos aquel juego interminable y perverso.
Autora: Kyra’s Secret
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