CUERO Y SUSURROS

«El placer mutuo como eje de la dominación sensual. Donde el placer y la explosión de los sentidos sustituyen al dolor y la sumisión»

Manual de la Dominación Sensual

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“Lo que necesito es un giro en mi vida no solo un cambio de estilo” fue la frase que me susurró al oído aquel hombre dos meses atrás.

Era uno de mis primeros clientes en la nueva aventura empresarial que había montado para ofrecer servicios integrales a ejecutivos en Barcelona. Desde la búsqueda inmobiliaria hasta la asesoría legal para empadronarse y registrarse legalmente, pasando por servicios personales de imagen que era, sin duda, lo que más me llenaba.

Nunca pensé que nuestra relación llegaría tan lejos.

Estaba sentado en el fondo de la mesa de reuniones mientras su jefe le explicaba los aburridos números de la delegación en Barcelona. Él, levantó la vista, la posó primero en mis ojos y lentamente bajó hasta el poderoso escote que me hacía aquella blusa para retornar, de nuevo, a la charla que mantenían los dos hombres.

Como siempre me fijé en sus manos, es una especie de defecto profesional que tengo. Creo que las manos de todas las personas dicen mucho de la personalidad, pero en un hombre especialmente son un anticipo de la personalidad, desde las expresivas que no esconden, a las temblorosas, pasando por manos tímidas que se van soltando a medida que ganan confianza. Y las suyas estaban perfectamente cuidadas, eran elegantes y transmitían una sensación de paz y seguridad rara de explicar. La piel negra mulata y la barba arreglada reforzaban la forma del mentón y la mandíbula. La forma de vestir no era acorde con la imagen de un hombre joven de unos 28 o 29 años, seguro de sí mismo y rematadamente guapo. Un cambio de estilo en aquella forma de vestir, demasiado clásica a mi juicio, fue lo primero que pensé cambiar.

– Ginger – te presento a George, está aquí porque necesita un apoyo integral. Acabamos de ficharlo de nuestra delegación en Londres y en un mes lo queremos viviendo aquí. Necesitamos que le busques piso, todos los papeles y lo habitual de siempre.

Él se acercó a darme dos besos y pude percibir por primera vez aquel aroma que desprendía, aprovechó que me tenía a dos pasos para susurrarme al oído: “Lo que necesito es un giro en mi vida Ginger”

Durante dos meses casi me había dedicado en exclusividad a él, a sus demandas y peticiones. Era un hombre de ideas claras, lo cual ayudaba en mi trabajo, pero extremadamente detallista y selecto, lo cual me obligaba a buscar siempre las mejores opciones para complacerle. Después de aquel tiempo compartido creía empezar a conocerle bien, pero no imaginaba lo equivocada que estaba hasta aquella mañana que fui a su casa para mostrarle todo el catálogo de compras que había hecho para él y que completaba su transformación.

– Te has puesto el mismo kimono que llevabas el primer día que te vi – fueron sus primeras palabras al abrirme la puerta – Me encanta como te queda, realza tus formas y tu personalidad.

– Muchas gracias caballero, tú sí que sabes regalarle el oído a una mujer – Y le planté dos besos en la mejilla muy pausados y conscientes, dejándole oler mi perfume y detenerse en mi escote al inclinarme sobre él – Te traigo las pruebas de los dos últimos trajes que quiero que te pongas. Hemos trabajado la ropa más de cocktail e informal pero aun quiero hacer algunos retoques en tu ropa de trabajo. Tendrás reuniones a muy alto nivel y cada detalle cuenta – Dije mientras me encaminaba hacia su dormitorio como siempre hacíamos para aprovechar su gran armario de camisas que me había preocupado en configurar para él, así como todo el set de complementos que guardaba en el precioso vestidor que completaba aquel cuarto.

– Eres la persona que más ha cuidado de mí últimamente – dijo y avanzó hacia la cama para tomar el traje de azul mientras descaradamente comenzó a comprometerme rozando su pecho contra el mío. Me miró fijamente a los ojos y dijo – Con permiso – mientras tomaba camisa y traje para dirigirse a su vestidor para probárselo. Esta vez, sin embargo, no solo no cerró la puerta, sino que abrió uno de los armarios internos con espejo, que tenía aquel cuarto, dejándome una perspectiva perfecta para verle. Sabía que no había sido un descuido sino un gesto claramente provocador y exhibicionista conmigo.

Obviamente no desaproveché la ocasión y me quedé plantada mirando curiosa como aquel hombre alto y fibroso se desnudaba. Se quitó el polo que llevaba y comenzó a bajarse el pantalón para dejarme ver aquellos Bóxers blancos que tanto contrastaba con su piel negra. Las piernas musculadas y el vientre plano además de una complexión natural atlética le hacían irresistible.

– ¿Te gustaron los dos últimos restaurantes que te recomendé? – Le pregunté con un tono fuerte para que me escuchara y así disimular un poco, pero no pude evitar fijarme en el enorme bulto que su sexo producía en aquel apretado calzoncillo.

– Especialmente el último – respondió mientras abrochaba los botones de la camisa sin percatarse que me había aproximado hasta alcanzar la puerta del vestidor y le observaba directamente mientras terminaba de vestirse.

– Lo tendré en cuenta la próxima vez que te prepare una ruta de restaurantes – mi voz le sobresaltó al sentirse invadido en un espacio donde no contaba con mi presencia. Su reacción lejos de molestarse me invitó a dar unos pasos más y terminar de abrochar los últimos dos botones de aquella preciosa camisa de lino que le sentaba como un guante – Esta tela es el complemento perfecto a la suavidad de tu piel – le susurré tan cerca que fue inevitable oler su perfume mezclado con el mío mientras acercaba aún más mi boca a su oreja – Ahora voy a quitarte lentamente todas y cada una de las prendas de ropa que llevas puesta y darte un trato que nunca he dado a ninguno de mis clientes. – ¿Y a qué se debe este privilegio conmigo? – su voz denotaba un tono de cierta sorna siguiéndome el juego claramente – Porque creo que sólo tú estás preparado para lo que vas a vivir – y sin decir nada más le besé con todas mis ganas. Con el deseo contenido que había sentido desde el mismo momento que le conocí, y que fue aumentando a medida que empecé a trabajar para él. Y él me correspondió, con fuerza mientras me apretaba contra su pecho. Desabroche el cinturón de cuero marrón que le había comprado en una exclusiva tienda del centro de Barcelona y deslicé la hebilla hasta el límite de la última trabilla dejando así una correa perfecta de la que tirar de él hacia la cama.

Comencé a desabrocharle lentamente los botones de la camisa que unos segundos antes acababa de cerrar para dejar su torso desnudo frente a mí mientras me sentaba en el borde del colchón. Terminé de soltar lo que quedaba de correa y la dejé sobre la cama, le bajé sus pantalones y pude comprobar cómo los bóxers blancos apenas podían contener aquella enorme verga negra abultada y erecta. De repente George se arrodilló frente a mí, colocó sus manos con las palmas hacia arriba encima de sus rodillas y mirándome a los ojos por última vez me dijo – Quiero que abras el primer cajón de la mesilla, tomes la caja de madera que hay y con lo que encuentres en ella unido a tu imaginación nos hagas viajar a los dos a territorios inexplorados para ambos. Desde ahora me ofrezco a ti con total sumisión – y acto seguido bajó los ojos y la cabeza.

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El corazón me latía a mil por hora por la inesperada muestra de ofrecimiento total que aquel hombre me entregaba. La curiosidad de saber qué había en aquella caja pronto se vio saciada. Me dirigí hacia la mesilla, pero antes me detuve junto al galán de noche de madera que decoraba el lateral de la habitación. – Quiero que me mires – le ordené con voz firme. Él apenas alzó la vista y mostrando respeto miró de reojo como me desabrochaba el Kimono mostrando en todas sus formas mi cuerpo curvilíneo y la lencería que me había puesto aquel día. Un precioso conjunto de encaje negro y puntilla color hueso que contrastaba con mi piel extremadamente blanca y suave. Tacones y plataformas, medias negras, unos pendientes y anillos a juego que daban contraste a la lencería y aquel adonis arrodillado para mí me hicieron sentir de repente una mujer enormemente poderosa.

Me dirigí a la mesilla mientras él me seguía con la vista y del cajón extraje la caja de madera que encontré. Dentro había una explícita declaración de intenciones sobre lo que iba a pasar en aquella habitación. Sobre una base de terciopelo rojo había ordenados unos complementos y juguetes perfectos para una sesión BDSM. Una delicada etiqueta en francés marcaba el origen exclusivo de todo aquello fabricado a mano en Francia. “Cuir et Chuchotements” Cuero y susurros, quien hubiera puesto ese nombre no podía haber sido más elegante y morboso. Tomé un collar de color burdeos de cuero barnizado con un anillo de oro engarzado y otro colgando. Me dirigí hasta donde estaba arrodillado Georges y se lo abroché alrededor de su cuello. Aquí tienes tu cuero y tus primeros susurros le dije al oído.

Te voy a hacer sentir la agonía de la provocación, de saber que mi cuerpo, pese a la cercanía, está vedado para ti de momento. Se trata de que a través de olas de sensualidad yo sea la dueña de tu voluntad y tú estés a mis pies, como ahora. Sentirás cada provocación, cada orden, cada caricia suave en tu nuca o en tu espalda mientras doy vueltas a tu alrededor, mientras hago que te inclines, que me beses los zapatos, que pueda acariciar tu piel y hacerte estremecer. En este ambiente, en la excitación que empiezas a sentir, en suavidad de la lengüeta de la fusta, que puede ser cruel o excitante, dulce y ácida a la vez. Me propongo introducirte en el mundo de la dominación sensual, una forma de esclavizarte a través de los deseos, de tu entrega y tu excitación en la que sabes que serás doblegado, pero nunca humillado, provocado y el deseo será la más poderosa herramienta con la que azotar tu alma.

A continuación, tomé de la caja un pañuelo de seda y le vendé los ojos, coloqué sus manos en la espalda y con otra obra de arte de aquel fabricante francés, dos esposas de cuero forradas de confortable y mullido pelo, le amarré las muñecas. Su respiración era ya desatada, casi tanto como la mía y la sensación de la espuela fría en sus pezones le terminó de volver loco. Ahora me propongo darte tanto placer como agonía placentera, le quité los bóxers y metí su enorme polla en mi boca para comenzar a succionar al tiempo que deslizaba la espuela lentamente por sus muslos notando como su piel se erizaba instantáneamente.
Le pedí que se acostara en la cama y mientras seguía lamiendo su sexo comencé a masajear su culo con mis dedos, lubricados por un gel con un cálido aroma, mientras dibujaba círculos y más círculos y seguía chupando con fuerza, notando como su grado de excitación subía y me permitía comenzar a penetrarle lenta con un dedo y suavemente dilatando cada vez más. Cuando estuvo listo volví a la caja del placer y tomé el primero de los dildos metálicos que tenía, el más pequeño de los tres. Tendría unos 7 cm de largo por 3 de diámetro en la base decorada con una réplica en forma de joya. Una punta redondeada y una base ancha para favorecer la entrada. Pesaba lo suyo a pesar de lo pequeño que era y lentamente lo aproximé a su culo. Entró con demasiada facilidad.

– ¿Está excitado el señor? Quizás este no es el tamaño adecuado… y con suavidad comencé a tirar mientras él emitía un ligero gemido de placer y permitía con un movimiento de cadera que el juguete saliera con la misma facilidad con la que había entrado. Seguí girando alrededor de él notando como su desconcierto por saber dónde estaba yo, o que vendría después le excitaba más y más. Aunque ahora sabía perfectamente lo que vendría. Tomé el dildo más grande con un peso considerable y un tamaño que obligaría a ir con cuidado y lo comencé a masajear junto a su ano. Al tiempo volví a tomar con mi mano libre su polla para comprobar que seguía tiesa, excitada y erecta. Intenté acompañar ambos masajes a la vez mientras él abría cada vez más las piernas y acercaba sus caderas a mi mano para permitirme penetrar poco a poco. Iba notando como poco a poco cedía y aceptaba en su interior aquel juguete y como los músculos de todo su cuerpo se tensaban de placer. El dildo entró completamente y su precioso culo prieto ahora tenía un diamante coronándolo.

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Le solté las manos y le quité la venda de los ojos para que pudiera comprobar lo que venía ahora. De aquella caja de madera repleta de placer, saqué un arnés de cuero negro con hebilla y agujeros metálicos que dejaba perfectamente el espacio para colocar un dildo. el color carne susurró él con la respiración entrecortada, necesito el color carne, y de la colección que se exponía ante mí tomé el que pidió para situarlo en el hueco de cuero que encajaba perfectamente. Tomé un preservativo de la mesilla para colocárselo al juguete. Volví a acariciar aquel sexo con mis manos, masajeándolo para volver a sentir como se endurecía. Mientras mi mano izquierda se afanaba por masturbarle con la derecha comencé a retirar lentamente el juguete que tenía en su culo, pude notar como se dilataba al salir y eso le permitía tener un nuevo momento de placer que la tensión de su cuerpo me corroboraba.

Ahora fui yo la que se tumbó en la cama mientras él se colocaba en posición para recibir aquel juguete. mi mano izquierda masajeaba firmemente su sexo, mientras él se sentaba despacio sobre mi dejándose penetrar de manera muy suave. Era un experto sin duda en aquellos juegos por la relajación, pues rápidamente comenzó a subir y bajar lentamente mientras notaba como sus muslos se apretaron contra mis caderas y mi mano se fue hasta su culo para apretarlo con fuerza. Con todo su peso se inclinó hacia mí para besarme. Le mordí fuertemente el labio con toda la pasión que aquella situación desbordaba en mí, con todo lo que me provocaba que era seguir dándole placer, esclavizar sus deseos y saber que su mente y su cuerpo me pertenecían, en aquel preciso instante me ponía aún más perra y cachonda.

– Ahora soy yo la que voy a llevar el control – le susurré al oído mientras me colocaba detrás de él y me disponía a penetrarle desde atrás. Miré de reojo al espejo del vestidor que furtivo nos devolvía una imagen muy potente. Los dos cuerpos acompasados en una penetración inversa. Él con la cabeza sobre el colchón, el culo levantado, mis ojos clavados en aquella espalda perfecta. Mis formas redondeadas y sensuales, mi piel blanca en contraste absoluto con su piel negra, su cuerpo fibroso encorvado ligeramente para permitir que mi vientre le rozara mientras era penetrado, su mano derecha oculta masturbándose y las dos mías fuertemente ancladas a sus caderas para acompañar la penetración, mi melena pelirroja recogida en un moño estilizaba aún más mi cuello que se tensaba hacia atrás mientras mis ojos se concentraron en los suyos que encontraron también el reflejo del espejo.

Quiero que me pidas permiso para correrte, solo cuando yo te diga podrás hacerlo – mi voz sonaba entrecortada por la excitación. Seguí acompasando nuestros movimientos al compás que él iba marcando y poco a poco. Mis uñas rozaban ligeramente su espalda y la piel de gallina que se le ponía demostraba que le gustaba. Seguía follándome a aquel hombre que recibía mi pasión con absoluta normalidad, abandonándose al placer de ser sometido y controlado. Cuando estaba en su máximo grado de excitación decidí cambiar y poner pausa a todo aquel desenfreno. Lentamente saqué aquel dildo de su culo para volver a colocarle el plug con el diamante. No te muevas, le susurré al oído… cierra los ojos, le ordené. Y comencé a dar la vuelta a la cama en dirección a la mesilla asegurándome que mis zapatos de tacón de plataforma le guiaran en el silencio de aquella habitación de placer.

Aquella caja de madera tenía como si leyera mi mente todos los juguetes que me apetecía probar en cada momento. Busqué suficientes correas para atar pies y manos a la cama. Comprobé por las argollas que había hecho instalar en la estructura de la cama que no era la primera vez que lo hacía. Cuando le tuve a mi merced, boca arriba con los brazos extendidos sobre la cabeza y las piernas abiertas hacia las esquinas inferiores del colchón volví a detenerme en su enorme verga. Recuerda pedir permiso para correrte, le deslicé junto al oído. Sorbía cada centímetro de su polla mientras la sujetaba fuertemente con sus manos, le sentía retorcerse hasta el límite de lo que le permitían las correas y levantaba el culo en ocasiones para sentir la presión del dildo en su culo. Le coloqué lentamente el preservativo y me quité la braga de mi conjunto. y sin más preámbulos me senté encima permitiendo que entrara en mí para sentir aquel tremendo placer que produce la primera penetración cuando estás excitada. Coloque mis manos sobre su vientre y le ordené que no se moviera. Yo sigo teniendo el control. Cerré los ojos apoyé mi cabeza sobre su hombro y jugué con la punta de su sexo entrando suavemente en mi vagina. Suave, en círculos dejándome ir, sintiendo cada centímetro de mis labios en contacto con él. Apenas permití que entrara en mí solo hasta donde yo iba dejándole, a pesar que notaba en Georges la impaciencia de la situación. – Déjame follarte profundo – suplicó. No le hice caso y seguí abandonándome a lo que sentía, subía y bajaba lentamente dejando apenas que la punta del glande rozara mi sexo. De vez en cuando abría mis caderas y le permitía una penetración profunda, hasta dentro, para inmediatamente volver a sentir su sexo con mis labios. Déjame follarte profundo – su voz encerraba todo el morbo y la impaciencia que aquella situación le provocaba. Pero yo seguía a lo mío, con los ojos cerrados usando a aquel hombre amarrado y a su sexo para mi propio placer, consiguiendo con ello que él me deseara aún más.

– Sube las rodillas y ofréceme ese culo – le ordené para seguir moviéndome encima suyo mientras notaba su polla entera dentro de mi. Con esa posición tensaba su vientre y me penetraba hasta el fondo rozando la cueva de mi punto G al tiempo que me permitía estirar la mano mientras me giraba para llegar hasta el dildo. Comencé a jugar con él, sacando ligeramente el juguete o rotándolo en su interior y pude comprobar cómo le ponía aquel masaje prostático. Yo comenzaba a estar profundamente excitada y la humedad lo inundaba todo en mí y cada vez más en él. Desabroché mi sostén y mis dos enormes pechos se liberaron por fin dejando todo mi cuerpo en perfecto contraste con aquel hombre y con su piel negra y brillante pegada a mí.

Deslicé mi cuerpo hacia adelante dejando que uno de mis pezones rozara suavemente su boca. Él comenzó a juguetear con su lengua al notarlo, a la vez que intentaba liberarse de las manos para poder tocarme en una muestra clara del grado de excitación que tenía – ¡Vuelve a subir las rodillas! – le ordené y comencé ligeros círculos con mi cadera mientras contraía los muslos apretando su cuerpo – yo marco el ritmo, no lo olvides – volví a susurrarle al tiempo que le mordí con suavidad el lóbulo de la oreja. Mis uñas rozaban su pecho apretando ligeramente para marcar la huella de mis manos sobre él, la presión de mis brazos me permitían cabalgar con fuerza y sentir toda la pasión de aquel momento. Quiero correrme, no puedo más, ¡Ginger por favor! su voz entrecortada por la excitación no mentía y solté el freno de mano para abandonarme yo también. Apreté los muslos contra él y todos los músculos de mi vagina sintiendo su enorme polla dentro de mí. Aprieta, no pares ahora le ordené. Sigue follándome, déjame follarte, mis muslos eran ya una fuente de placer y ambos saltábamos acompasados en esa cama hasta que un grito seco, intenso y profundo acompasado entre ambos marcó el inicio de un orgasmo que sacudió todos nuestros sentidos. La boca amarga por el esfuerzo, el olor de los cuerpos excitados y sudorosos, la piel sintiendo en cada poro la suavidad del otro, el sonido de las dos respiraciones aún jadeantes y nuestros ojos enlazados.

Aquellos segundos posteriores fueron eternos pero necesarios para recuperar el aliento.

Suéltame que voy a darte el masaje relajante más largo que te han dado nunca, me pidió. Lo hice y relajada me dejé caer en la cama de espaldas, abandonada al largo e intenso orgasmo que acababa de experimentar. Georges cambió la expresión con cierta sorna y al tomar los arneses de cuero en lugar de devolverlos a la caja de madera, los amarró a mis muñecas y tobillos sin dejar de mirarme.

– He tenido una idea mejor, ahora se va a enterar esta Ama lo que son el cuero y los susurros –

Para Ginger, gracias por dejarme escribir para ti esta historia

Omega

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@OmegaAfrodita