Dos parejas en una

Hola queridos amigos de Gente Libre, os voy a contar como empezamos en este tan peculiar mundillo del intercambio de parejas

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Tengo 37 años, y estoy casado, mi esposa tiene 34 años, muy bien llevados. Somos gente moderna, gente erótica, gente liberada, gente que nos gusta el cachondeo sexual, y lo bueno es que tanto mi esposa como yo somos muy ardientes para el amor y deseamos sacar todo el jugo a la vida sexual de cada uno, que no es poco. Voy a contaros nuestra experiencia que, de mutuo acuerdo, mi esposa y yo os la describimos.

Tenemos un matrimonio muy amigo, de esos amigos que siempre están dispuestos a todo, en los momentos de dificultad te echan una mano, comparten las alegrías; salimos juntos, se toman unas copas, vamos a un espectáculo, etc. Estos amigos siempre están dispuestos a servirte con gusto.

El año pasado compramos una torre en la montaña. Tuvimos que amueblarlo y decorarlo a nuestro gusto, aprovechando un permiso de mi empresa, fuimos mi esposa y yo, y Margarita la esposa del otro matrimonio, ya que el marido tenía que trabajar, y el sólo se reunía con nosotros, los fines de semana.

Para trabajar cómodas, tanto mi esposa como Margarita, sólo se pusieron unas batitas muy cortas, muy abiertas y que por no taparles todo y no dejar todo al descubierto… resultaban ambas muy excitantes, yo a Margarita solo la había visto siempre muy bien vestida y muy elegante, y me gustaba, pero ahora semivestida o semidesnuda, me gustaba muchísimo más. La admiraba en toda su sensualidad y todo ello me hacía que parte del día mi pene estuviera en erección por culpa de ella, y que alguna vez que otra tuviera que ir al lavabo a hacerme un servicio para bajar mi virilidad.

Estaba yo más pendiente de ella que de los detalles de la torre. Para estos detalles mi esposa se sobraba. Yo creo que ella se dio cuenta de la admiración que me causaba, porque en vez taparse y cubrirse al máximo, se dejaba muy descuidada la poca tela que tenía encima y mi excitación no tenía limites, ella parecía gozar al verme a mi sufrir, porque no me negarán que mi postura era de un sufrimiento extremo, eso de mirar y no catar, es tremendo, así que me encontraba muy turbado cuando estaba delante de ella.

Un día, Margarita, me llamó, estaba subida a un caballete arreglando o limpiando una lámpara del salón.

Ella cuando me vio llegar, me pidió por favor que le sujetase la escalera, cosa que hice con el mejor placer del mundo, pues desde abajo podía contemplar un panorama muy difícil de describir, era excitante a más no poder.

No podía contenerme de excitación, yo no quitaba la vista del hermoso espectáculo que se ofrecía a mi vista. Para colmo, me preguntó si me cansaba, yo casi tartamudeando le dije que no, que estaba muy a “gusto” sujetando la escalera… No puedo imaginarme cómo sucedió, pero de pronto mi mano estaba posada encima de su carne.

Como no decía nada, mi mano siguió acariciando tan sedoso muslo, recorriendo de arriba abajo y todo el contorno del mismo era motivo de mi manoseo. Llegué incluso hasta el borde de las bragas, pero no me atreví a meter los dedos entre la pierna y el tejido, pero mis manos, pues ya eran las dos, estaban sobando todas las redondeces inferiores de Margarita.

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Ella, ya terminada su faena y creo que tan cachonda como yo, empezó a bajar del caballete, y mis manos, que no se habían apartado de sus muslos, pues a la vez que ella bajaba, mis manos y su ropa subía, hasta que cuando llegó al suelo, mis manos estaban por encima de la cintura, acariciando su aterciopelado cuerpo.

Yo esperaba de un momento a otro unas palabras de protesta, pero como no se pronunciaban me llené de valor, y con una mano en la cintura y la otra puesta en su nuca, la atraje hacia mi y le di un profundo y apretado beso, que ella correspondió apretándose al máximo contra mi y contra mi sexo, que estaba para reventar de hinchado.

Ella estaba fuera de si por el goce que mis manos y lengua le proporcionaba. Fue así, abrazados, que nos fuimos a un diván que estaba allí cerca, y con precipitación pero en un segundo, estaba sin bragas, ni sostén, estaba tendida en el diván y con las piernas totalmente abiertas, esperando la penetración tan deseada por ella como por mi. Y fue allí donde la poseí con el mejor placer del mundo.

A ella le gustaba joder con locura y recibió mi pene con un suspiro de gozo que me hizo estremecer de satisfacción.

Allí y sin sacarla, los dos nos corrimos dos veces, dos veces en las que inundé su vagina con mi caliente semen, dos gritos de placer que en la cúspide del gozo ella lanzó. Su forma de follar, su entrega total y plena, me daban a mí un placer inenarrable, estábamos unidos y todavía a punto de obtener el tercer orgasmo, cuando mi esposa, que estaba en la otra parte de la casa, atraída por los gritos de Margarita, llegó y nos pilló in fraganti.

Quedamos estupefactos, tanto ella como yo, me refiero a Margarita, y más cuando mi mujer en vez de liar un escándalo y hacer un drama de tal situación, nos dijo:

-Esto lo esperaba, ya lo veía venir, veía cómo os codiciabais el uno al otro; os he observado muchas veces y sabía que terminaríais así.

Y añadió:
– Pues esto necesita compensación… Vosotros habéis gozado mutuamente, ahora nos toca a Mario y a mi. Por lo tanto vamos a cumplir la ley del talión, ojo por ojo, diente por diente, ahora polvo por polvo y cuerno por cuerno…

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Cuando llegó el final de la semana, llegó Mario a la torre y nos reunimos los cuatro a cenar, y fue mi esposa, mi ardiente, admirada y justa esposa, la que sacó el tema de los intercambios de pareja.

Fue ella con su diplomacia y sin duda habilidad, la que llevó el toro al terreno de la lidia, y la conversación entró en el cauce que a ella le interesaba y fue ella, con cara y con cinismo, la que propuso que aquella noche podíamos probar el intercambio de pareja.

A Mario, aquella propuesta, de sopetón, le causó una inicial extrañeza, que pronto superó y mirando a su esposa, como interrogándole si estaba de acuerdo, y al ver que ella no ponía ningún obstáculo, asintió, y en forma de prueba practicaríamos aquella noche de intercambio.

Si nos gustaba seguiríamos, si no, lo dejaríamos, pero ¿a quien le amarga un dulce? A nadie. Pues esto fue lo que nos ocurrió a nosotros, y amigos lectores puedo aseguraros de que nos gustó muchísimo a los cuatro.

Yo aquella noche gocé lo indecible con Margarita, a Mario le pasó otro tanto con mi esposa, por cierto mi esposa se desquitó con creces de la faena que habíamos hecho Margarita y yo anteriormente, y ella dejó estrujado a Mario en una noche de placer continuo e intenso.

Decidimos que a partir de entonces, cualquier noche podemos acostarnos. Muchas veces hacemos cama redonda en algún club swinger, nos complementamos y nos acoplamos bien, y el amor lo hacemos en cualquier lugar, en cualquier momento, con cualquiera y no nos proporciona reparo hacerlo delante los unos de los otros sin embargo otras veces preferimos la intimidad.

Eso es todo amigos, así es como empezamos en este tan peculiar mundillo del intercambio de parejas.

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