EL TAMAÑO IMPORTA

Así es. Importa y mucho. Es más, no sólo es de suma relevancia el volumen, sino que también lo son el rendimiento y la pericia que se posea para conseguir complacer.

Seguramente a estas alturas muchas cabezas estarán asintiendo ante esta verdad, pero la esencia de la importancia que yo le otorgo a estos temas no es la que tienen en mente buena parte de los lectores. La preminencia que yo expongo no radica tanto en el propio hecho como en el discurso que mantenemos en torno a él, porque este discurso, esta dialéctica, ha destrozado y destroza la autoestima de millones de hombres y, por tanto, ha mutilado y mutila su acceso a una vida plena, feliz y en libertad. Desde este enfoque, además, se pueden percibir una serie de puntos sangrantes: el primero es que el autoconcepto que muchos hombres tienen de sí mismos no se corresponde con la realidad, pero el constante bataneo social no para de generar todo tipo de inseguridades y complejos. El segundo es que ni siquiera la genitalidad ha de ocupar el centro de la acción. Somos seres sexuales con cada átomo de nuestro cuerpo y todos somos conscientes, al menos en teoría, de que circunscribir nuestra realización al tamaño de un pene o al perímetro de unos pechos es, sencillamente, ridículo. La tercera cuestión es que, salvo casos excepcionales, nadie nace sabiendo follar en condiciones, es algo que se tiene y se puede aprender, y, por lo tanto, generar complejos por una cuestión subsanable es, de igual modo que lo anterior, esperpéntico.

Yo mismo pasé buena parte de mi pubertad y juventud pensando que tenía un rabo tirando a pequeño y que, para más inri, no poseía el aguante suficiente como para complacer en condiciones a mis parejas. Si a esto le añadimos la norma no escrita que dicta que, si no eres capaz de volver loca a una mujer en la cama, no eres lo suficientemente hombre, mi ego y mi autoestima vivieron de manera constante pendiendo de un hilo y generando comportamientos y respuestas absurdas y perniciosas en todo punto. Pero lo mismo que me ocurría a mí, le ocurría al 90% de los chavales que me rodeaban. Este problema estaba, y está, más que generalizado. Hoy, gracias al paso de los años y a la acumulación de experiencia, ese porcentaje se ha reducido entre mis allegados, pero, aun así, dudo mucho que haya bajado del 50%. El poder del mensaje social y la incapacidad personal de muchos para afrontar las vivencias desde un prisma constructivo generan que, con la edad, la incidencia del problema tan sólo se mitigue, al tiempo que perpetúa que una parte descomunal de los hombres viva alienada por sus propios complejos físicos y sexuales. Esto, que de por sí ya es grave, además está en la raíz de buena parte de problemas aún mayores: misoginia, machismo, sentimientos de posesión, consumo de prostitución, violencia… y un sinfín de respuestas y reacciones absurdas ante un problema personal y global muy mal gestionado.

En mi caso, el rodaje y la suerte hicieron que mi autoconcepto mejorara notablemente ajustándose a la realidad, pero, si he de ser sincero, no fue hasta descubrir el ambiente swinger cuando pude vivir todo con verdadera plenitud. Y no fue porque de repente pudiera ver un montón de pollas empalmadas de gente real y así constatar que la mía era tan fantástica como la de cualquier otro, sino porque ante mí se abrió un mundo de gente cabal, respetuosa, curtida en mil colchones y con una pasión inquebrantable por dar y recibir placer. Evidentemente cada uno tenía sus gustos y sus morbos, pero nadie se mostraba despectivo con el resto y, por tanto, no había cabida para mofas, chascarrillos, chistes hirientes o desprecios que expresan, sustentan y promueven de manera inconsciente el discurso social y la pernicie que conlleva. Descubrí, en definitiva, un espacio de seguridad y, por ende, de libertad.

Así lo he vivido durante años y así, entre todas y todos, debemos, no sólo mantenerlo, sino potenciarlo. Porque si lo conseguimos, posibilitaremos que miles de hombres curen sus heridas y, lo que es más importante, haciéndolo estaremos aportando unos inconmensurables granitos de arena en la construcción de un mundo mejor, una sociedad más igualitaria, racional, empática y libre.

NOTA DEL AUTOR:

Por supuesto, las mujeres han sufrido y sufren procesos similares, pero han tenido el valor de reconocerlo, organizarse y reclamar a la sociedad lo que es justo. Aún les queda un camino enorme, y ahí, de nuevo como swingers, también es nuestra obligación estar, respaldar e impulsar. En otra ocasión el artículo se centrará en ellas. Hoy, como tengo un rabito entre las piernas y no se debe hablar de lo que no se conoce, ha tocado escribir sobre nosotros: los hombres (los de verdad, los sensibles, cabales y con ganas de crecer y mejorar como seres humanos, no la panda cobarde de acémilas que se empecinan en rebozarse en sus propios complejos, en convertir la mediocridad en su zona de confort, al tiempo que pretenden disimular dándose ridículos golpes de pecho sin caer en la cuenta de que los demás sabemos que son titis intentado parecer orangutanes).

DEUS DIXIT ET DEUS VULT

Antonio Álvarez Veci

Tocahuevos y escritor.

Liberi Ars Amandi