Finalidad de un Club Swinger
Es sábado a la noche, una pareja de mediana edad se encuentra con otra pareja en un bar de la ciudad para compartir unos tragos. Esta escena no llamaría la atención a ningún observador. La trama cambia totalmente si se desvela que unas semanas atrás, esas personas se contactaron por primera vez a través de un portal web en su mutua búsqueda de otra pareja con la cual compartir una experiencia swinger. En ese Club Swinger, tal como lo harían dos personas solas que intentan conocerse, pactaron una cita a ciegas.
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación ofrecen un sofisticado sistema de búsquedas cuyos algoritmos fluyen eficazmente para conectar a las personas indicadas. Se pueden intercambiar fotos, y hasta videoconferencias en tiempo real que amenizan el proceso. Pero nada de eso es suficiente para el dictamen final que sólo puede llevarse a cabo frente a frente, en la insustituible dimensión presencial en la que se activan los sensores de la “piel”, el “feeling”, la “química” y todos esos indicadores absolutamente subjetivos que experimentamos cuando el otro está de cuerpo presente ante nosotros.
Pero aquí son cuatro (o más) las personas que activan sus sensores, cuatro que ponen en juego sus deseos, sus ansias de excitación, no sólo sexual sino psíquica, despabilada por el factor novedoso que las arranca de la rutina y despierta todos los sentidos y la imaginación.
Si continuamos en retrospectiva, previo a la búsqueda por Internet (que antes de su existencia se hacía por medio de revistas de contactos o programas radiales), tuvo que existir una decisión, consensuada por ambos integrantes de la pareja. A esa decisión se llega, en el mejor de los casos, luego de compartir fantasías, deseos y expectativas en un marco de muchísima confianza entre los miembros de la pareja. Es por eso que suelen ser parejas muy bien constituidas las que exploran estas prácticas. La confianza es un elemento vital para el pasaje de la fantasía a la realidad, salto al que no todas las personas están preparadas para dar. También debe existir una filosofía de vida, un modo de concebir las relaciones, el amor y el sexo, en donde los cuerpos se desprendan de la posesiva noción de propiedad privada.
Volvamos al bar. Conversaron, se observaron, explicitaron sus deseos, sus límites, compartieron experiencias previas si es que alguno las tenía, se tocaron accidentalmente, confesaron sus temores, cruzaron miradas, se rieron, sintieron dudas, pidieron otro trago, intercambiaron miradas de complicidad con la pareja para saber si estaban de acuerdo, por sí o por no…Si finalmente fluye el deseo, parten del bar en búsqueda de un espacio íntimo del Club Swinger donde desplegar el erotismo que decidieron vivenciar juntos.
La madurez como sociedad nos permite revisar estas cuestiones, que no son nuevas, William Masters y Virginia Johnson, pioneros en el estudio de la respuesta sexual humana desde la década del ’60, ya hacían referencia en alguno de sus textos respecto a las prácticas swingers, particularmente en el libro “El vínculo del placer”[i]. Esta modalidad alternativa de la sexualidad se rige por reglas y códigos implícitos y explícitos que garantizan la seguridad psicofísica de los participantes. En el universo swinger, más que en cualquier otro tipo de encuentro sexual, el NO es NO, y el uso de preservativo es un imperativo innegociable, entre otras reglas del código de ética swinger.
Explorar, vivenciar, desear, son opciones y derechos absolutamente subjetivos. Como siempre digo, en sexualidad humana es imposible generalizar. Lo importante es respetar y respetarse, aceptar lo diverso y aceptarse. Recordemos que mientras no haya padecimiento subjetivo propio o de alguno de los involucrados, y en tanto exista consenso, entre personas adultas, todo es posible en el infinito universo del placer.
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