HACEMOS FALTA
Los swingers hacemos falta en todos y cada uno de los ámbitos de la sociedad.
Que parece que no, pero… sí.

¿Por qué?
Porque nuestra moral, nuestra conciencia y nuestra experiencia nos otorgan una perspectiva mucho más certera y cabal. Haber afrontado nuestros miedos y complejos, y habernos liberado de yugos moralistas y coercitivos, nos permite abordar cualquier circunstancia vital con un pensamiento más clarividente de lo que el común de los mortales es capaz de ostentar. Muchas veces, imbuidos en la cotidianidad, no nos damos cuenta o percibimos nuestro punto de vista como una disonancia más con el sentir mayoritario, pero la realidad es que nuestra moral disoluta nos aporta, aparte de un sinfín de placeres y satisfacciones, una lucidez especial.
Para muestra, permitidme que os presente este botón en forma de anécdota y, a poco que reflexionéis durante la lectura, estoy seguro de que llegaréis a las mismas conclusiones que este autor:
Creo recordar que fue en el año 2012 cuando llegó a mis manos un escueto estudio de una universidad inglesa que afirmaba, sin reparo alguno, haber identificado el primer chiste de la Historia. Para ello se basaba en una pequeña frase escrita en cuneiforme sobre una tablilla de arcilla, hallada en la ciudad sumeria de Ur (Mesopotamia). La datación, por métodos estratigráficos y contextuales, situaba su redacción en torno al año 1.900 a.C., es decir, hace la friolera de cuatro mil años. Evidentemente, el humor existe desde que el hombre es hombre, pero esta parecía ser la prueba palpable más antigua que se ha encontrado. Hasta aquí todo correcto. El problema vino cuando leí la chanza en cuestión:
“Algo que nunca ha ocurrido desde tiempo inmemoriales: que una joven mujer se tire un pedo estando sentada sobre su esposo”.
Ya os adelanto que traducir literalmente una tablilla cuneiforme es tarea complicada, por no decir imposible, pero lo primero que con toda seguridad habréis pensado es que, si es un chiste, tiene la gracia justita, muy justita. Ni siquiera el que aparezca una alusión a las flatulencias consigue que tenga cierto garbo, aunque precisamente es en esta alusión en lo que se basan los sesudos británicos para fundamentar su afirmación.
Ahora bien, alguien sin demasiados tabúes en el sexo -como lo es cualquier swinger-, que dedique un momento a pensar sobre el tema y que entienda que la primera parte de la composición es una ironía, rápidamente caerá en la cuenta de qué es lo que altera el tránsito gaseoso de una mujer que se sienta sobre su pareja. No hay que darle muchas vueltas para deducir que el chascarrillo no pone el foco en las ventosidades sino en el sexo anal. Pero lo más interesante de todo, mucho más que dilucidar si es o no la primera guasa de la Historia, es que, mediante el “tiempos inmemoriales” que aparece con retintín, nos indica, no sólo que dicha práctica se remonta mucho más allá de lo recordable, sino que el disfrutar de deleites por la puerta trasera estaba total y perfectamente normalizado en su sociedad. Cosa que, por cierto, no parece ocurrirles a los juiciosos investigadores ingleses ni a nuestros coetáneos paisanos que nunca
llegarán a entender el texto.
Con un poco más de tiempo que dediquemos a reflexionar, caeremos en la cuenta de que es absolutamente lógico que el sexo anal resultara habitual y natural en aquella época. Es más, era una de las pocas herramientas de planificación familiar que existían hasta que las religiones monoteístas, preocupadas por expandir su fe a base de parir más y más creyentes, se dedicaron a restringir, encorsetar y perseguir toda conducta sexual que no estuviera encaminada a la procreación. Hasta tal punto fueron y son eficaces que, hoy en día, los que apostamos por ejercer nuestra libertad somos considerados poco menos que rebeldes transgresores y hemos de procurar andar con cautela para no acabar señalados, criticados y vilipendiados en picotas sociales. Incluso, fueron y son tan eficientes que hasta unos señores catedráticos -a los que se les presupone un cerebro brillante-, o no son capaces de caer en la cuenta de un hecho tan sencillo o, a la hora de divulgar su hallazgo, elaboran todo tipo de giros y requiebros para que su estudio sea pulcro, pudoroso, políticamente correcto y de moral intachable. Con tanta parafernalia sólo han conseguido que su aportación al conocimiento acabe siendo errónea y vacua. Si hubieran tenido la suerte -y la valentía para aceptarla-, de fijarse un poquito en nosotros y en el ejemplo que predicamos, sus remilgos y tabúes se habrían volatilizado y, por ende, su pomposo estudio hubiera sido correcto y útil.
¿Veis cómo hacemos falta?
¡Si hasta la ciencia hace el ridículo por no saber follar!
Escritor, asceta epicúreo, adicto a la libertad y precursor del NO como fuente de conocimiento. Autor de Liberi Ars Amandi.
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