LA HERMANDAD DEL ESPÍRITU LIBRE

Quizás algunos hayáis oído hablar de ella o de los Adanitas, sus predecesores del siglo II d.C.

A lo largo de la Historia del Cristianismo, que lo queramos o no es la nuestra, ha habido un montón de grupos y colectivos más o menos organizados que han proclamado la libertad sexual. Evidentemente, en su contexto sociocultural, sus postulados tenían una fundamentación teológica, pero en esencia no eran diferentes a nosotros, los swingers: individuos que, en su búsqueda de la felicidad, eran capaces de transgredir el encorsetamiento de las normas morales impuestas, personas dispuestas a explorar rutas hacia la plenitud en medio de un maremágnum de mediocres acomplejados que, lejos de conformarse con vivir en cárceles en las que esconder sus carencias, se afanaban en imponer sus mismos barrotes a quienes osaban evidenciar la podredumbre simplemente viviendo de otra manera.

Así era la Hermandad del Espíritu Libre. Hombres y mujeres del siglo XII que, con la Biblia en la mano, descubrieron que el pecado, tal y como lo concebimos, quizás no existiera y que todo en el ser humano, al estar hecho a imagen y semejanza de Dios, posiblemente fuera bueno y puro.

De estas sencillas premisas derivó, gracias al trabajo de tres teólogos, toda una forma diferente de afrontar la existencia, una especie de hedonismo sano y constructivo que concebía la desnudez como un estado perfecto y el sexo libre como una de las principales maneras de expresar el gusto por la vida y por la Creación. No se trataba de un todos con todos, ni de una excusa sencilla para fornicar de mil maneras, sino de un respeto escrupuloso hacia la libertad del individuo para disfrutar, como muestra de agradecimiento y sin causar mal al prójimo, del mayor regalo de Dios: la vida. Malgastarla entre moralidades absurdas, culpas y penitencias, negando además la propia esencia gozosa del ser humano, se entendía, simplemente, como el mayor de los desprecios que se podía hacer al Señor.

Alguien, a estas alturas, estará pensando en qué fue lo que ocurrió para que la Hermandad desapareciera. Sencillo…: chocaron de frente con los mediocres, con aquellos que, siendo mayoría, vivían atenazados por sus miedos y complejos. Quiero, en este punto, aclarar que la mediocridad no es sinónimo de ineptitud o inutilidad. De hecho estamos aburridos de verlos dirigiendo países, empresas de éxito o dictando normas religiosas. La mediocridad, en pocas palabras, es el estado vital de los individuos que son incapaces de afrontar y superar sus complejos, sean estos de la índole que sean. El gran problema es que, siendo legión, consiguen acceder al poder e imponer al resto sistemas que disimulen o escondan sus propias carencias. Sirva como ejemplo el hecho de que todos conocemos a personajes que intentan subsanar sus complejos mediante la ostentación de riquezas, o el que podamos ver constantemente a necios creyéndose mejores que otros por cuestiones tan absurdas como el color de la piel o el lugar de nacimiento. Es más…, todos hemos sentido más de una vez el dedo acusador de un reprimido sexual intentando demostrar su supuesta superioridad moral, al tiempo que esconde filias nefastas o recurre en secreto a la prostitución. La cuestión es que estos mediocres llevan siglos controlando el devenir de la Historia, pero en determinados momentos de incertidumbre, crisis o hecatombe, aprovechan las circunstancias para eliminar a todo aquel que evidencie, consciente o inconscientemente, la bajeza de su existencia. El miedo es la principal herramienta de manipulación y, cuando este cala en el pueblo, los carentes encuentran el terreno abonado para expandir su odio hacia todo aquel que viva diferente o les recuerde su condición. Por eso desapareció la Hermandad del Espíritu Libre, porque mientras la vida fluyó más o menos cómoda no hubo un respaldo social que justificara su exterminio. Pero el siglo XIV en Europa fue una época muy dura, plagada de guerras, hambre y pestes, el caldo de cultivo perfecto para que los reaccionarios extendieran sus dogmas y encontraran el apoyo para aniquilar al librepensador.

Hoy vivimos una época inquieta, no tanto como la del siglo XIV, pero a poca atención que prestemos, podemos ver cómo los postulados más irracionales y adoctrinantes ganan adeptos. Por tanto, no debemos perder de vista que quizás nosotros, los swingers, seamos una suerte de nueva Hermandad del Espíritu Libre y, en consecuencia, un plausible objetivo para los mediocres.

¿Debemos pues escondernos o renunciar a nuestras “creencias”? No.

Hoy, más que nunca, estamos llamados a ser “la luz del mundo”, los “apóstoles” que recuerden a la humanidad que la vida debe ser vivida plenamente, sin cortapisas ni complejos. Pero, como en cualquier otra tarea, hemos de hacerlo con cautela y racionalidad. Cometer un error ahora nos situará en el punto de mira de los moralistas, así que… volvamos a nuestros clubs y quedadas, pero poco a poco, posponiendo el piel con piel, disfrutando de copas y charla entre afines, mirando y dejándonos mirar, flirteando, cautivando y permitiendo que nos cautiven… Ya llegarán los orgasmos compartidos e infinitos. Hoy toca redescubrirnos tal y como lo hicimos en nuestros inicios y recordar que el disfrute de un viajero no está en el destino, sino en todo lo vivido a lo largo del periplo.

Antonio Álvarez Veci
Liberi Ars Amandi