UN NUEVO LOCAL
Aquí tenéis el relato de Jhon Sullivan,
Ganador del Primer Concurso de relatos eróticos PREMIOS PIMIENTA
Organizado por Parlib
Nuria aún tenía parte de la mudanza por hacer. Todo había sido muy rápido y no pudo organizar con tiempo la vuelta a casa. Así que había seguido pagando el alquiler un tiempo más hasta que pudo organizarse para viajar a aquella ciudad y recoger el resto de sus pertenencias. Obviamente, me avisó con tiempo y pude dejar todo listo para acompañarla. Y, además, me había suscitado cierto interés. “Me gustaría que vinieras, tengo algo que enseñarte…”.
Por fin bajamos del avión y, tras comer en el propio aeropuerto, tomamos un taxi. Éste nos dejó en la estación de tren, donde tendríamos que subir a uno de cercanías. Cuatro paradas más tarde, estábamos donde ella había pasado los últimos años y el piso ya nos quedaba a tiro de piedra. Pasamos la tarde empaquetando cosas, preparando todo lo que luego el transportista de la empresa de mudanzas llevaría camino de su casa. Todo estaba ya preparado, recogido y nosotros aún teníamos un par de días para aprovechar. Así que, con la calma que da el tener tiempo de sobra, nos fuimos a descansar.
Nos levantamos tarde y a gusto, relajados y con los deberes hechos. El tiempo que quedaba era para disfrutar sabiendo que las obligaciones estaban cumplidas. Salimos a dar una vuelta por la ciudad y Nuria me enseñaba sus lugares más señeros, sus monumentos y esos sitios que no puedes perderte cuando vas de visita. Compramos unas raciones para comer en el piso y ducharnos antes de ir a otro sitio que quería mostrarme. Ese por el que Nuria había mostrado tanto interés en que yo la acompañara. Cuando estuvimos listos, fuimos hacia allá. No estaba lejos, pero sí era un local que pasaba desapercibido si no lo conocías. De hecho, si lo mirabas desde fuera podría parecer un comercio más, quién sabe si una tienda de ropa…
Sólo el nombre del local revelaría la diferencia con el resto: se llamaba “Lliuresex”. Entramos y tomamos una copa en la barra. El camarero ya le dio a Nuria una llave, se notaba que ya la conocían por allí. “El piso era mi casa, este sitio ha sido mi hogar”, me dijo con una pícara sonrisa.
Nos sentamos en la sala de fumadores y veíamos el ambiente. Enfrente de la sala, estaba la reja por donde los chicos que entraban solos paseaban a la espera de alguna mujer o pareja que se asomara por allí. Una pareja empezaba su fiesta a dos mesas de nosotros, ya con los torsos descubiertos y con ella demostrando a quien la viera lo que su boca podía hacer.
Él acariciaba la nuca de su chica y de vez en cuando estiraba el brazo para que sus dedos jugasen en la vagina y el ano de aquella diva del vicio. Nuria me sonrió con picardía. No hubo más palabras. Nuestras lenguas se entrelazaron, teniendo algo mejor que hacer que articular palabras. Entramos a los vestuarios y cambiamos la ropa por las toallas y las chanclas.
Terminamos nuestra copa en una sala pequeña que había en la planta de arriba y Nuria me enseñó las instalaciones. En realidad no había gran cosa en comparación con otros locales en que había estado, pero había una sala grande que era en sí una gran cama donde las parejas se mezclaban formando una gran orgía.
Más adelante estaba el pasillo oscuro, en el que había mucha gente y donde entrar suponía no saber quién te tocaba, quién te chupaba o a quién te estabas follando. Nuria y yo decidimos ir hacia la primera sala y nos pusimos en una esquina donde no había nadie. Las toallas se posaron en el suelo mientras nos besábamos sobre la esquina de la enorme cama. Cerca había algunas parejas que ya retozaban, mezclándose entre sí y formando una pequeña orgía. Nuria comenzó a deleitarme con una intensa mamada mientras yo jugaba con mis manos en sus orificios más recónditos.
No tardamos en invertir nuestros papeles y mi lengua encontró cobijo entre sus piernas y recorría su vulva, jugaba con su clítoris o incluso bajaba unos centímetros para meterse en su ano. Ella jadeaba y agarraba mi cabeza en momentos puntuales en que lamía donde más le gustaba. Empecé a meter mi lengua en su húmeda cueva, volvía a su ano, succionaba su clítoris… Cada vez con más frenesí, devoraba sus espacios más íntimos mientras ella gemía de placer.
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Por fin, la penetré desatando sus gemidos más intensos, haciendo que sus ojos se cerraran y que su labio inferior hallara cobijo bajo sus dientes. Embestía con fuerza y retenía mi falo cuan más profundamente podía en sus adentros. Eso le encantaba y cruzaba sus piernas como ayudándome a penetrarla aún más, como si quisiera verse atravesada por mi polla, cada vez más erecta y dura. Quiso cambiar de posición y me puse boca arriba para que cabalgara sobre mi pelvis a su antojo. Comenzó a mover sus caderas, dando unas sacudidas frenéticas mientras se recorría el cuerpo con sus manos. Estaba muy excitada y yo lo estaba de verla a ella. Nunca la había visto así, como poseída, buscando un intenso orgasmo que no tardó en llegar. Gritó con fuerza, liberando una explosión de lujuria desatada que atrajo los ojos de otros participantes en aquella sala.
“Dame por detrás”
Se colocó a cuatro patas y me pidió que la penetrara y embistiera con todas mis fuerzas. Clavé mi miembro en su chorreante coño mientras ella parecía fuera de sí por el morbo.
Una chica se limitaba a mirar y acariciar los pechos de Nuria, que bailaban en el aire movidos por las sacudidas de nuestros cuerpos. La chica no hacía nada, sólo mirar y amasar en los danzantes senos de Nuria. Su impasibilidad me excitaba aún más, penetraba a Nuria con más fuerza si cabe.
Balbució algo ininteligible mientras la follaba, e intenté acercar mi rostro para oírla mejor. No fue necesario, pues empezó a exclamar a voz en grito: “Dame por detrás, quiero que me folles el culo”.
Así lo hice, excitado por su ansia de ser sodomizada, ensanchando su ano con cada salvaje entrada de mi miembro. Tanto es así que me corrí abundantemente en su culo mientras ella hacía lo propio, tan enajenada por el propio orgasmo que casi no se pertenecía.
Permanecimos unos minutos inmóviles, tumbados y exhaustos ante el aplauso de algunas personas que dejaron su faena para mirarnos. Les habíamos dado un buen show.
Fuimos a los aseos a lavarnos un poco y, cubiertos con las toallas, bajamos a la barra a tomar otra copa y fumar un pitillo.
Había sido un polvazo en toda regla y queríamos descansar un poco. Sabíamos ambos que no tardaríamos en volver a por más.
“Pues déjame que te folle”
Andaríamos por la mitad de la copa cuando vi a un chico mirándonos fijamente desde la reja que había frente a la sala de fumadores.
Llevé a Nuria hacia la reja y, antes de que se diera cuenta, le quité la toalla. Ella se quedó mirando al chico. Era de mediana estatura, delgado y con el pelo largo recogido en una cola de caballo. Se había desabrochado el pantalón y le ofrecía su enorme verga a través de los barrotes. Ella miraba hacia mí, como si me pidiera opinión, a lo que respondí tomándola por detrás y haciendo que se agachara y comenzara a chupar aquél inmenso miembro.
Ella se entregó como acostumbraba su menester mientras el chico sobaba su generoso pecho y pellizcaba sus pezones. Los jadeos del chico cobraban intensidad y ella se detuvo por un momento. “En la boca ni se te ocurra”, le dijo de repente. “Pues déjame que te folle”, le dijo el chico.
Nuria me miró al tiempo que el chico también me miraba, como esperando permiso u opinión. “Si tiene condones, vale”, le dije. Entre nosotros no lo usábamos, pero si entraban terceros o terceras se hacía indispensable. Al chico no debió gustarle: se guardó el erecto miembro en el pantalón y volvió a la barra a pedir una copa.
Ella estaba cachondísima por la situación y se había quedado con ganas ante la espantada del chico. Así que volvimos arriba, donde ya no había tanta gente y quedaban varias parejas.
Había una en el centro. Él era maduro, alto, fuerte y bien dotado. Ella, rubia, algo más joven, esbelta y con pechos y nalgas pequeños y firmes. Me apetecía acercarme a ella, así que me coloqué estratégicamente al lado de su chico.
Nuria empezó de nuevo a chupar mi polla, dejando su culo cerca de las manos del chico.
Yo empecé a jugar de nuevo con sus orificios, mientras guiñaba un ojo a nuestro vecino de cama, que empezó también a introducir sus dedos en ella.
Nuria parecía disfrutar y se volvió hacia él, consciente de que yo lo había invitado, para empezar a chuparle a él también. Me acerqué lo suficiente para que Nuria tuviera las dos pollas a su alcance y miraba hacia la rubia, que se había quedado en ese momento sin nada que hacer. Le acaricié un brazo y vi que no rechazaba el gesto. Acaricié su cara y tampoco hizo ningún ademán. Puse mi pulgar en su boca y comenzó a recorrerlo con sus labios. Estaba siendo aceptado por ella y dejé a Nuria con nuestro nuevo amigo. Ella estaba mimando el miembro del chico mientras yo saboreaba el sexo de la rubia.
Estábamos a medio metro apenas, de vez en cuando alargábamos el brazo para tocar al lado, a Nuria y el chico.
La rubia comenzó a chuparme la polla mientras Nuria lo cabalgaba y contorsionaba su cuerpo para auxiliar a mi nueva compañera y chuparme a mí también. El hombre bramaba de placer y Nuria desmontó de su cabalgadura, recogiendo su semen con sus pechos.
Yo iba a penetrar a la rubia cuando ella, viendo que su compañero se marchaba, se levantó sin decir palabra y se fue. Pero Nuria ya estaba al quite y su boca me hizo olvidar pronto que acababa de tener el plantón más surrealista de mi vida. Volvió a cabalgar sobre mí, conteniendo sus gemidos y amasando sus propios pechos. Yo estaba fuera de mí, con el calentón producido por la rubia aún reciente. “Aún puedo hacerlo mejor”, dijo Nuria justo antes de levantarse y volver a sentarse sobre mí introduciendo mi verga en su culo.
Echó su cuerpo hacia detrás, buscando mayor profundidad, mientras sus pechos volvían a bambolearse al compás que marcaban nuestros cuerpos. Nuria, exhausta, bajó de nuevo y se tumbó en la cama, volviendo a mamar de mi sexo. Lo hacía con una salvaje suavidad, con un calmado frenesí, lo hacía de una manera indescriptible que sacó todo lo que tenía dentro. Mi semen empezó a salpicar su cara, su pelo y hasta su cuello, mientras ella jugaba con cuanto manaba de mí.
Después nos lavamos, terminamos la copa y nos fuimos.
Aún quedaba otro día más. Claro que volveríamos al Lliuresex, lo teníamos claro. Pero eso ya lo contaré otro día.
Autor: John Sullivan
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