Swingers en la era del #metoo

Artículo publicado en la Revista Nº 1053

Swingers en la era del #metoo

Dolores llegó a la terminal convertida en Lola. Pelo rapado, gafas violetas, a conjunto con su camiseta y un desparpajo irreconocible. El recuerdo de la niña repipi con la que descubrí el amor décadas atrás dudaba con cada rostro. Pero ella me reconoció de inmediato. No parecía mujer de abrazo fácil, y esa forma de echarse a los brazos regalaba un tranquilizante aire de inesperada aprobación. Me asustaba el contenido de sus cartas. Ya hacía años, contaba, que tenía plaza fija en la universidad de Yale. Convertida en una referencia en política sexual, como abogada se había especializado en prostitución, pornografía y acoso sexual. No debí haberle comentado nada de mis aventuras por el ambiente swinger, pero algo había que escribir entre las líneas de mi vida insulsa y mediocre que llamara su atención. ¡Y vaya si lo hizo! Ya en casa, después de la cena apareció con algo similar a una túnica en mitad del vestíbulo. “¿Nos vamos?” “¿A estas horas, dónde quieres ir?” ¿”Cómo que dónde? ¡A tu club, por supuesto!”.

Mi club… Escogí cualquier otro. Sabía que la noche iba a ser… ¿entretenida?

El chico de la recepción se esmeró en mostrarnos todos los rincones del local. Lola no perdía detalle, en especial cuando llegamos a la zona de camas. El grupo no estaba aún muy nutrido a esas horas, lo que permitía observar cada detalle con detenimiento. Lo que más le llamó fueron las normas. “¿”No” es “no”? ¿En serio?”. “Así es, señorita”, respondió contrariado el voluntarioso guía ante la socarrona mirada de Lola, que no tardó en animarse. “Mi profesor de Ética cuenta que un día, a la entrada de un pueblo de la América profunda, encontró un cartel en el que se leía “Prohibido matar”. ¿Y sabe qué hizo? ¡Salir corriendo! Jajajajaja”. El chico me miró, no acabando de entender el chiste. Nos entregó las llaves de la taquilla y nos (¿me?) deseó suerte.

Me di cuenta de que Lola no era una feminista de lunes a jueves, sino un modelo 24/7. No tardó en colocarse en mitad del grupo de amantes sobre la cama y deslizar el vestido hasta las rodillas. Sus gafas de pasta fluorescente le daban un aire bizarro a su desnudo estilizado y minúsculo, átono y discreto. Yo no sabía qué hacer, porque no parecía formar parte de su plan. Una pareja se animó a arrimarse a ella y, después de mirarme y mirarla, la chica se le acercó sigilosa y felina. Pero Lola lo miraba a él. Esa mirada parecía invitarle, sin sospechar que algo tramaba. Y así fue. Cuando la mano masculina alcanzó su muslo, se abalanzó sobre él sin titubear. El resto de parejas se quedaron paralizadas ante la escena. Entre arañazos, Lola se desgañitaba hablando de acoso, de consentimiento, de violencia de género, de sumisión femenina al “circo heteropatriarcal”… Costaba entenderla. No tardó en aparecer el recepcionista pidiendo calma e intentando entender lo ocurrido. Tras escuchar a todos los testigos, en especial a las mujeres (por mera cuestión de conciencia colectiva, imagino), el chico nos invitó amablemente a abandonar el local.

Ya en la calle, le recriminé su actitud. “¿Se puede saber en qué piensas? ¿Dónde te creías que estabas? Ese es un submundo, Lola, fuera de la mierda que se masca aquí fuera. Ni #metoo, ni acosos, ni babeo… Allí aún vale la coquetería, el flirteo, la seducción, la galantería y todas esas antiguallas del deseo. ¿Chorradas y rituales? Quizá seremos arcaicos, simples, vetustos sí, pero sabemos lo que queremos, lo buscamos y lo encontramos, ¡qué coño! ¿Discurso de género? Como opina el imbécil de Jordi Clotas en Código Swinger, ¡tal vez el swinger sea un ambiente radicalmente machista gobernado por mujeres! Pero al menos lo sabemos, y así todo queda fuera de sospecha y de discusión. Y quien no quiera jugar, que no venga y punto, ¿lo pillas?”.

Lola me miró algo molesta, pero se le fue relajando el gesto hasta que, pegando su arañada mejilla a mi oído, me preguntó: “Fede, ¿nos vamos a follar a casa?”.

© Jordi Clotas i Perpinyà, 2020