UN DOMINGO PERFECTO
Apenas despedíamos el verano cuando volvimos a vernos. Era domingo, el día de la semana más favorable para hacer de él un día perfecto en Madrid. Cualquier plan es apetecible. Desde perderse en el rastro en busca de objetos que coleccionar hasta disfrutar de cualquier exposición en el triángulo del arte. Todo va bien si luego te pierdes por las tascas más castizas y rematas la tarde entre café y cocteles… o con buen sexo. ¡O con todo ello!
Quedamos en el barrio. La lluvia y el Museo Reina Sofía fueron testigos de nuestra cita. Al salir, la lluvia nos dio cuartelillo y nos dejó disfrutar del buen ambiente del Rastro y sus retro tiendas, y así, entre anticuario y modernario acabamos entrando en una conocida tienda erótica, que dicho sea de paso, los domingos está a tope de gente, lo cual revaloriza su encanto: musicón a tope, curiosos, asiduos… ¡de todo! Ahí estuvimos un rato, viendo novedades, los arneses y sus diferentes diseños (es todo un mundo) -creo que ya os he contado alguna vez las ganas que he tenido siempre de usar uno con alguien- y preguntándonos si todo eso que hay ahí es “usable”… a mí, personalmente, hay cosas que me cuesta creer (o imaginar) “que puedan caber en algún sitio”, pero bueno… si está ahí, por algo será, ¿o no?
Al final nos fuimos sin comprar nada. Mal hecho, porque yo llevo tiempo ya queriendo reponer los juguetitos que tengo, porque, entre los que murieron por desgaste y los que tengo, que tampoco te creas tú que son la octava maravilla del mundo… vamos, ¡que me tengo que modernizar! Ahora, te tengo que decir, que la visita caló porque al llegar a casa, sin apenas darme tiempo ni de reaccionar, ni de poner música, ni de encender una vela, ¡nada! Eduardo me cogió con fuerza y comenzó a besarme.
-“Trae los juguetes”. Me susurró al oído.
Mientras buscaba “el cofre del tesoro”, vamos, la caja donde guardo juguetes y demás enseres erótico-festivos, una excitante sensación de nerviosismo -parecida a esos nervios que sientes cuando te enfrentas a algo nuevo- se apoderaba de mi estómago, y por qué no decirlo, de mi coño, pues sentía como su humedad mojaba mis bragas.
Mientras dejaba en la mesita los juguetitos (uno muy básico, el típico vibrador con forma de polla; uno doble, de color morado con dos estimuladores, uno de ellos tiene forma de pene (pequeño), y el otro es una sucesión de bolitas pensado para introducirlas en el ano; y por último, un plug anal, de color negro), me excitaba pensar cómo los utilizaría Eduardo conmigo. Aproveché para quitarme los zapatos planos que llevaba y subirme en unos buenos tacones, porque cuando una se sube a unos buenos tacones, parece dominar el mundo y porque, me encanta agacharme y comerle la polla sobre unos buenos tacones.
Eduardo me esperaba ya sin la americana, se había remangado las mangas de la camisa y me observaba con esa mirada de me vas a obedecer, en la que se refleja la mía de estoy deseando que me castigues, hoy voy a ser tu putita sumisa, a ver como juegas con migo…
-Desnúdate. Dijo.
Mirándole a los ojos, deseándole, comencé por la camisa. Primero un puño. Luego el otro. Un botón, otro, otro… hasta que la dejé caer en el suelo. Llevé las manos a la espalda para desabrochar el sujetador de encaje. Tras hacerlo, me cubrí el pecho para no dejarle ver, y lo más sexi que pude, deslicé uno de los tirantes por uno de los brazos, luego deslicé el otro tirante por el otro brazo… ¡ups! ¡Se cayó! Mis pezones apuntaban duros hacia Eduardo.
Quise continuar con los vaqueros pero no me dio tiempo. Eduardo me agarró y me puso contra la pared. Me levanto los brazos sobre mi cabeza y me ató las manos con un pañuelo que, hasta hace un rato, yo había llevado al cuello.
Me quedé así. Apoyada contra la pared. Con las manos atadas. Me recordaba las veces que me ató a la cruz de san Andrés. Me gustaba recordarlo. Me ponía más cachonda aún. Me encantaba sentirle detrás de mí. Besándome el cuello. Sentir su aliento cerca de mí. Todavía no me había tocado y mi respiración ya iba a mil. Me bajó los pantalones hasta los tobillos. Comenzó a acariciarme las piernas, la espalda, los pechos. Le gusta jugar con mis pezones, pellizcarlos, me excita muchísimo el suave dolor que me produce. Cada vez noto más y más humedad entre mis piernas. Mientras asimilo el placer y el dolor de mis pezones, puedo oír como Eduardo se quita el cinturón.
Suavemente, me azota las nalgas. No me ha bajado las bragas aún. Son de esas bragas que bueno, por llamarlas bragas, porque apenas cubren nada… Un pequeño encaje apenas esconde mi sexo, y unas cintas de raso recorren mis nalgas, dejándolas casi al descubierto. Con cada azote se me escapa un grito de placer. Alterna los azotes con las caricias, con los besos. Estoy deseando que me masturbe, aunque sea un poquito… mi coño lo está pidiendo a gritos. Noto las bragas tan mojadas que hasta me molesta mi propia humedad.
Eduardo parece leerme el pensamiento y lleva sus dedos hacia mi coño. Siento como se abre camino bajo mis bragas y cuando noto sus dedos dentro suelto un gemido enorme de placer. No podía más. Dejo caerme un poco, como queriendo ayudarle a que los meta más… pero se sale y me besa, me relaja…
– shhhhh Tranquila, me dice.
-Estás muy excitada.
Mi corazón y mi respiración se calman un poco. Sigo con las manos atadas y mis brazos en alto. Me quita los zapatos, los vaqueros, las bragas y me sube a los tacones otra vez. Y ahora estoy como me gusta. Desnuda para él sobre mis tacones.
Me separa un poco más las piernas y empieza lo realmente bueno. Empieza a jugar con mi coño de una manera que, hasta que estuve con él, no había conocido jamás.
Me pellizca el clítoris, los labios, me azota el coño con la palma de la mano, a veces más suave, a veces más fuerte. Yo no me reconozco y le pido que lo haga más fuerte porque quiero correrme, lo necesito. Me vuelve loca oír como suenan los azotes que me da, ese ruido seco en mi coño encharcado produce música para mis oídos, y para los suyos también, seguro.
Alterna los azotes y los pellizcos con suaves caricias; ayudado por la humedad me frota el coño con los dedos y empieza a meterme los dedos en la vagina, primero uno, luego dos, no se cuántos, la verdad. Estoy tan mojada y abierta para él, tengo el coño tan preparado que puede hacer con él lo que quiera. Saca sus dedos de mí, y al instante oigo un ruidito. No quiero mirar, porque me gusta más sentir e imaginar, pero sospecho lo que es. Efectivamente. Ha activado el vibrador que tiene forma de polla, y me lo pone en el coño. Aprovecha mi humedad para frotarme con él. Qué gustazo sentir la vibración por mi dolorido coño. La vibración actuaba a modo de calmante cosquilleo, apenas estaba disfrutando de esa sensación, cuando sentí como me penetraba con él. Le hice saber con mis gemidos que me gustaba.
-Déjalo dentro. Le dije.
Me gustaba sentir la vibración dentro de mí. Comencé a moverme suavemente, en círculos, para frotarme con el vibrador por dentro, como cuando cabalgas sobre una polla, que no queremos que se mueva el chico, queremos ser nosotras las que con la polla nos frotemos bien la vagina, a nuestra manera. Y eso hice, comencé a mover mis caderas, a moverme en círculos, ahí, sobre mis tacones, la vista para Eduardo tenía que ser insuperable. Sentía como la dureza del vibrador rozaba las paredes de mi vagina. Quería correrme, pero quería que Eduardo me follara con el vibrador. Y se lo hice saber.
-Ahora sigue tú, le dije.
-Quiero correrme otra vez.
Me quedé quieta y Eduardo subió el nivel del vibrador al máximo y me folló con él. Al principio me lo metía y me lo sacaba despacio, pero cada vez lo hacía con mas fuerza. – ¿Así te gusta, puta? Yo apenas conseguía decirle que sí, pero lo hacía. Siguió haciéndolo unas cuantas veces, alternaba la intensidad y la fuerza con la que lo hacía, hasta que en una de esas, me lo metió con fuerza y lo dejó dentro con la vibración al máximo. Grité de placer.
Eduardo me sujetó para que no me cayera.
Me tumbó en la cama y me dejó descansar, lo justo mientras se desnudaba él. Veo su polla y estoy deseando comérmela, pero hoy manda él, y yo estoy para dejarme hacer.
Nos besamos.
Mi respiración y mis pulsaciones se había calmado. El que no lo estaba tanto era mi coño. Y lo que le quedaba aún…
Eduardo tuvo compasión de mí y me dejó que le comiera la polla. Pero un poco nada más. Tumbada en la cama como estaba, Eduardo se colocó a horcajadas sobre mí y me la metió en la boca. Disfruté lo que pude de ella que fue poco, pues pronto se retiró para jugar conmigo de otra manera.
Me colocó a cuatro patas, o a tres, porque mis manos eran una. Seguían atadas. Comenzó a lamerme el coño. El ano. El coño. A frotarme con los dedos no solo el coño, sino el ano, lo acariciaba. Oleadas de placer me invadían. Eduardo se acercó a por el plug anal y me lo metió en la boca. Lo lamí y cuando lo lubriqué bien con mi saliva, Eduardo me lo metió en el culo. Jugó a meterlo y a sacarlo un poquito mientras me acariciaba el clítoris. Uhmmm esa maravillosa sensación. Y así mismo, dejó el plug anal dentro y me metió la polla. Después de la dureza de mi viejo vibrador, mi coño agradeció su polla; dura, sí, pero se adaptaba a mi perfectamente, suave… entraba y salía de mi y yo le ayudaba con mis movimientos. Con las embestidas de Eduardo, el plug parecía que quería hundirse más… Qué sensación tan maravillosa.
Disfrutaba de la polla de Eduardo dentro de mí, cuando decidió cambiar de postura y de juego. Aún quedaba otro vibrador que probar, y ese además, ofrecía varias posibilidades.
Tumbada boca arriba, el se colocó a mis pies. Estaba claro, que esa tarde yo era su puta sumisa, mi cuerpo era su juguete. Y quería probarlo todo. Quería verme retorcer de placer bajo sus órdenes, sus juegos, sus azotes, sus pellizcos, sus lametones, sus caricias. Aún con el plug anal dentro, (me encantaba moverme para sentirlo) Eduardo se centró en mis pezones. Quería ponerme el coño a mil otra vez pero sin tocarlo. Había que dejarlo descansar para las nuevas embestidas. Acariciaba mis tetas y las lamía. Daba mordisquitos a mis pezones, los lamía y cuando estaban bien duros, los pellizcaba. Ya me conoce los gritos y sabe cuando tiene que parar. Aguanto mucho, he de decirlo, pero cuanto más a prueba me pone, más se humedece mi coño, y eso me gusta.
Retiró el plug anal y comenzó a jugar con los vibradores. Cogió el morado y usó los dos estimuladores: primero me metió el anal, y cuando se aseguró de que estaba toda la cadena de bolitas dentro, me metió el otro estimulador por la vagina. Eduardo lo movía y lo presionaba dentro de mí, imaginate el anal lo que podía ser… Yo empezaba a moverme cada vez más fuerte en búsqueda de más placer. Quería agarrarme a algo pero no podía, sí, seguía con las manos atadas. Mis piernas se abrían cada vez más. Eduardo aumentaba la vibración y yo me retorcía más y más.
Me excitaba ver la cara de deseo de Eduardo, y verle jugar con mi cuerpo, con mi coño, con mi culo. Sentía que mis ojos le miraban con el mismo deseo o más que el a mí. Le envidiaba. Yo también quería tener su cuerpo bajo mis órdenes. Provocarle el placer que yo quisiera, cuando yo quisiera, y ver como goza y como le explota la polla de placer.
Con ese doble vibrador dentro de mis agujeros, Eduardo se hizo con el otro y lo puso en vibración en mi clítoris. Parecía imposible tanto placer, pero uno siempre puede más, y siempre quiere más. Los juguetes se perdían por mi coño… frotaban, entraban, salían… El que tenía forma de polla, y el morado, convivieron un rato dentro de mi vagina. Era como tener una polla enorme dentro (ves, al final caben las cosas…). Dos vibraciones diferentes, dos tactos diferentes, y el estimulador anal que con cada movimiento parecía meterse más. Sudaba y lloraba de placer.
Eduardo sacó el estimulador morado de la vagina con cuidado de que no se saliera el anal, y continuó follándome con el otro. Ya no me movía de placer, me retorcía. Mis brazos se estiraban y mi cuerpo se levantaba y caía sobre la cama.
Entre mis gritos de placer escuché los de Eduardo pidiéndome que me corriera para él, que se lo diera todo. Y así lo hice… Mientras el vibrador entraba y salí de mí, chorros de líquido salían de mí. Mis gemidos se convertían en gritos. Eduardo sacó el vibrador, y antes de que mi orgasmo se fuera del todo, sacó enérgicamente el anal. Mi orgasmo se fusionó con otro provocado por las bolas al salir. No hay nada como un orgasmo anal.
Eduardo se acercó para desatarme las manos. Su polla dura y erecta apuntaba hacia mí. Me la llevé a la boca. Eduardo se corrió sobre mí. Como a mí me gusta.
Puse música. Abrí un vino. Encendí unas velas. Algo de conversación bajo miradas cómplices.
Ah! Que se me olvidaba… que además de eso, también nos perdimos por las tascas, tomamos café y coctel. Un domingo perfecto, ¿o no?
Lady Cécile de Volanges
@compartidalujuria
https://lujuriacompartida.es
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