UNA MUJER EN EL UNIVERSO SWINGER

Artículo publicado en la Revista Nº 1052 (diciembre 2019)

UNA MUJER EN EL UNIVERSO SWINGER

No, señores míos, rotundamente no.

La sexualidad en el mundo swinger no supone un papel secundario para la mujer. El mundo swinger no es machista –más allá de lo machista que un individuo cualquiera pudiera llegar a ser en cualquier área-. Y no, el mundo swinger no supone que las mujeres juguemos con fuego ante el riesgo de que, casi inevitablemente, se establezcan vínculos afectivos tras una relación sexual.
¡Ya está dicho! Y sentido… y vivido.

Son ya demasiadas las ocasiones en las que, para mi estupefacción, he escuchado o leído afirmaciones de ese calibre. Encuentro asumible que esa visión circule a pie de calle, ya que provienen del desconocimiento de este tipo de experiencias. Pero aquellas sentencias procedentes de figuras supuestamente expertas en sexología se me antojan fundamentadas en paradigmas inconsistentes. Los habituales dogmas lanzados en estos menesteres suelen apuntalarse en lindezas como aquella de que “la mujer aterriza en el mundo swinger casi arrastrada por la parte masculina de la pareja, para su complacencia, y en un afán por no decepcionar sus requerimientos y fantasías”. Según esto, y al calor del machismo, la mujer termina por vivir una experiencia con altas dosis de cosificación, puesto que resulta extraño que una mujer se preste libremente a compartir su sexualidad. ¿La razón, según estos doctos entendidos? Atentos: “el hecho, científicamente probado, de que una mujer o bien necesita la existencia previa de un vínculo afectivo unido a una relación sexual, o bien lo establece a posteriori fruto de la misma”. Jamás escuché mayor desatino y, lo que es peor, jamás escuché una defensa de la mujer elaborada con mayor torpeza. Y es que con ella se le despoja, de un plumazo, de la autonomía, la libertad, la cordura, la fortaleza, la madurez emocional y el sentido común como para leer sabiamente sus propias pulsiones sexuales, interpretarlas y hacerlas reales.

Caeré en la obviedad necesaria, pero cuando una mujer mantiene una relación sexual, créanme que no va necesariamente buscando una relación amorosa. Ni siquiera estará abocada a sentir después del sexo una vinculación sentimental especial con la otra u otras partes. No podría imaginarme cómo me las habría ingeniado yo, a lo largo de mi vida, pues, enamorándome a lo madame Bovary cada dos por tres. ¡Pobrecita de mí!. Cuando una mujer vive el mundo swinger no lo hace presionada por ruegos ni empujones de su pareja, sino como una meditada entrega a sus deseos, compartidos y acordados de igual a igual con su pareja, y apuntalados en una relación madura, bien cimentada, y en un absoluto estado de salud sentimental. De otro modo no sería posible. A semejantes aventuras una acude con la mano bien sujeta a su amor, los ojos de complicidad y el cuerpo con ganas de fiesta. ¿Y la mente? Libre. No existe mayor satisfacción en el mundo de la sexualidad que ser capaz de disfrutarla libremente. Y con libremente me refiero, sin ningún género de duda, tanto a tener la posibilidad y la capacidad de elegir cuándo, con quién y de qué modo, como a no sentir la necesidad interna de justificar ante nada ni ante nadie –ni tú misma– las fuentes de tus disfrutes.

© MARÍA GARCÍA BARANDA, 2019
Profesora de Lengua y Literatura.
Escritora y editora.