Violencia y sexualidad: un cóctel explosivo

Artículo publicado en la Revista Nº 1056

Es muy habitual al leer o visualizar ficción erótica, que el sexo se vuelva agresivo, habitualmente contra la mujer. El impulso agresivo es uno de los instintos más primarios en el ser humano como respuesta a la perturbación provocada por distintas necesidades básicas. En realidad, en el cerebro de las personas encontramos una relación entre la agresión y la sexualidad. Este podría ser el motivo que explicaría porque ciertas personas experimentan placer con la violencia o tienen conductas sexuales agresivas.

De cualquier modo, analizando investigaciones recientes nos damos cuenta que cuando el mecanismo de la sexualidad está activado en el cerebro, no se puede accionar a la misma vez el de la agresividad; por esta razón no podemos dar una interpretación científica de la existencia de comportamientos agresivos en el sexo ya que parecen incompatibles. O hay agresividad o hay sexualidad.

Las experiencias y la educación contribuyen a la estructuración y el control de las emociones, de ahí la insistencia que desde la psicología y la sexología clínica hacemos para trabajar la inteligencia emocional y la educación sexual en las aulas. La excusa de no controlar las emociones porque es nuestro instinto no resulta válida. Siguiendo ese razonamiento, también sería parte de nuestro instinto quitarnos pulgas los unos a los otros, golpear a quien se acercara a nuestra comida u orinar en los rincones de nuestra casa.

En algunas sociedades represivas, se tiende a estimular la seducción negando la satisfacción (es el hombre el que disfruta, la mujer solo sufre) lo que genera que cada encuentro sexual sea mucho más agresivo o perverso. Un claro ejemplo son las películas del género Hentai de animación japonesa, en las cuales el maltrato, mutilación y asesinato de las mujeres son algo común. También en Occidente, observamos como en determinado tipo de pornografía masoquista, en la cual la violencia y la excitación sexual aparecen unidas, se ofrece la idea de que ambas deben ir, de alguna manera, asociadas; lo que se llama en psicología, asociación condicionada.

En estos casos, vemos que la agresividad sexual está relacionada con conflictos intrapsíquicos donde la pulsión no puede ser neutralizada o canalizada por expresiones sexuales más afectuosas. Por decirlo de otra manera, una de las partes, habitualmente el varón, no sabe disfrutar si no es través del sometimiento que puede conllevar una dosis más o menos elevada de agresividad.

En todas las guerras, la violación ha sido utilizada como arma. Los soldados, habitualmente varones, han considerado muy a menudo que parte de su “trabajo” se debía compensar con estas prácticas sexuales agresivas. Por no hablar de las violaciones para dejar embarazadas a las mujeres de los enemigos. De esta forma, en el pasado, las mujeres pasaban a ser esclavas sexuales de los conquistadores. Muchas de ellas habían perdido a sus esposos y hermanos a manos de los ganadores. Y tras esa tragedia debían soportar ser el botín sexual de los asesinos de su familia.

Esta ambigua relación con el sexo violento y la violación ha quedado grabada a fuego en el inconsciente colectivo femenino. La sumisión se volvió una característica necesaria de la sexualidad en muchas mujeres. Los hombres que hoy se relacionan de esta forma agresiva con las mujeres son, en parte, los herederos de aquellos antepasados. Necesitan la cosificación de la mujer en algún grado, para alcanzar el placer a través de un acto de dominación. Pero no solo existe esa cierta dominación y violencia en el hombre, ciertamente a muchas mujeres les gusta el sexo duro o determinado tipo de fantasías de sumisión que conlleven ciertos actos violentos. Aunque, como en todas las fantasías, esto no significa que les guste siempre y con cualquier persona. Es por esto que debemos tener cuidado con estos temas y preguntar siempre a la mujer para no perpetuar conductas agresivas que contrariamente a lo que muchos hombres piensan, no a todas las mujeres les gusta. Se trata de poner límites y consensuar una práctica placentera. Una instrucción o una sencilla pregunta no coartará nuestra libertad sexual ni quitará morbo al encuentro.

En resumen, se trata de buscar un equilibro entre nuestros gustos y los de nuestra pareja sexual. No a todos y todas nos gusta lo mismo, y asegurarnos de qué espera nuestra pareja de nosotros, evitará muchas situaciones desagradables. Al fin y al cabo, somos seres sexuados y nuestra salud mental dependerá de cómo hayamos integrado nuestros impulsos con nuestros afectos, solo así podremos expresarnos de una forma completa.