El día en que ambos cruzamos el “Rubicón”, no lo olvidaré ella tenía una fina y larga falda que, con el calor de ese día se adhería excitantemente a su cuerpo…

Todo ocurrió espontáneamente. Estaba parado en el marco de la puerta que daba a la cocina, ella intentó cruzar y nuestros cuerpos se rozaron delicadamente, ella me tomó de la cintura y me atrajo hacia sí. Y todo explotó como un volcán…
En ese momento mi miembro estaba totalmente erecto y duro, se podía ver claramente…, al parecer ella no lo noto, y en el momento de acercarme sentí aquella hermosa sensación de humedad y tibieza… Ella emitió un placentero sonido y su cintura se contrajo espasmódicamente… Se alejó de mí ruborizada, aunque el tibio aliento de su boca emanaba placer. Ese día me despedí, y me fui de la casa. El primer paso estaba dado. Después de unos días fui a visitarla, me recibió igual que antes, con una actitud de confianza y cariño. Al quedarnos solos, se recostó en un sillón, la humedad y el calor eran perceptibles en el ambiente…, su brazo colgaba suavemente del sofá, con sus piernas entreabiertas y la misma falda de aquella ocasión, húmeda y pegada a su cuerpo…, mi miembro volvió a ponerse tieso y anhelante preparado para realizar el sexo sin compasión y con la pasión desatada.

Aquella hermosa imagen embriagó mis sentidos, mi cuerpo ardía de deseo. Lentamente fui acercándome y con las puntas de mis dedos roce suavemente sus piernas. Su respiración aumentaba cada vez mas… Se alejó corriendo al segundo piso. Al subir, su cuerpo desnudo tirado en la cama me esperaba ansioso… Aquello era el paraíso no podía más y me quité  la ropa acercándome a ella, la acaricié y la besé con pasión…  Nuestros cuerpos se fundieron en el deseo, sintiendo la suave brisa de la ventana entreabierta, que acariciaba el único ser que en ese entonces éramos. Ella sobre mi, agitando sus pechos en mi rostro. Nuestros cuerpos húmedos se pegaban y despegaban con mayor rapidez (¿quien no se dejaría perder en aquellos ruidos?), hasta que de su cuerpo emanó aquel dulce sonido placentero…, mis oídos se llenaban por primera vez de por el sonido del placer, por unos pocos instantes, tocamos juntos el cielo. Estuvimos juntos toda la tarde retorciéndonos de placer.

Ese fue mi primer encuentro con ella, con la dulce y liviana madurez sexual, con la hembra, la mujer que me introdujo en el mundo del placer, del sexo, en el mundo de los deseos más satisfechos y libidinosos.